Primera alternativa en La Maestranza

Apariencia del coso, siglos atrás | Joaquín Domínguez Bécquer
No siempre acudir a una tarde de toros en Sevilla consistió en Taquilla, Serranito, Vincci La Rábida, habano, espetar "suerte, maestro", en calle Iris, a tu torero y Tristán, director de Tejera, ordenando el toque de "Plaza de La Maestranza", mientras Morante, cariacontecido en su tercera tarde, dibuja una cruz, a modo de ritual, en el albero, ataviado con estridente capote de paseo, envoltorio de alamares color azabache.

Resulta imposible transformar ciertas características o determinados sentimientos y, desde el XVIII, cuando emanaron los primeros arquillos de este bendito coso, no existe abril-mayo sin runrún, miedo, ilusión, esperanza, hartazgo, habano, alcohol, cigarrillo, bolsillo lleno, cartera vacía, traje italiano o camisa de "tienda vintage", como afirman, ahora, los modernos.

Atracando mi velero en posición de partida, imposible entender la plaza de toros de Sevilla sin su único propietario en la historia, corporación aristocrática-nobiliaria, quien otorga nomenclatura al óvalo: la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, creada en 1670, bajo unión de la antigua Cofradía de San Hermenegildo, nacida a raíz de la reconquista de la ciudad, por Fernando III el Santo, en 1248, y titulada, en esos momentos, Nuestra Señora del Rosario. Los 1700, con posesiones en ultramar y decadencia latente (hasta hogaño, sin cesar), comenzaron (y finalizaron, paradójicamente; entiéndase doble sentido) de la dinastía Habsburgo, al no obtener descendencia Carlos II, y los españoles (tan azul, rojo; blanco, negro; pepé, soe; morado, naranja) comenzamos a matarnos entre nosotros. Unos, por el Austria. Otros, por el Borbón, quienes continúan, hasta ahora, en el trono, con el sexto Felipe. Finalizó, en 1714, la contienda.

Existe una publicación, titulada "La Maestranza... y Sevilla (1670-1992)" (Espasa-Calpe, 1992), autoría conjunta de Francisco Narbona y Enrique de la Vega, donde desgranan, a la perfección, este contexto sociopolítico, aumentando-alejando zoom, según conveniencia: "El siglo XVIII, inaugurado con la Guerra de Sucesión y la instalación, el trono español, de la dinastía borbónica [...] Éste [el toreo] pasó, a lo largo del siglo, de ser ocio reservado a los nobles, a convertirse en apasionada diversión nacional, con la unánime aprobación del pueblo y el "invento" de las diversas suertes que fueron, poco a poco, componiendo tan original creación artística. Hay como una despreocupación de las clases altas, por el riesgo d ela fiesta brava y, a la vez, una irrupción en las plazas de la gente plebeya, hasta entonces simple servidora en los preparativos del peligroso encuentro entre el jinete y el toro bravo; en realidad, los toreros de a pie, únicamente intervenían para llevar a la res hasta el terreno o la proximidad del caballo, para que se produjera el choque o la burla del astado y sólo en el caso de que el toro no muriera fulminado por el rejón (o la lanza), impulsado por la mano del caballero, aquéllos, previo permiso, le daban muerte al cornúpeta. Lo de preparar al bicho, con mañas más o menos artísticas, fue un valor añadido que se inventaron los lidiadores de la Baja Andalucía, al calor del aplauso de los públicos, que preferían los adornos pintureros – la gracia o la hondura, de sevillanos y rondeños – a los alardes temerarios, a la simple y contundente liquidación del enemigo. Vascos y navarros, e incluso los castellanos, acostumbraban, probablemente, a matar al animal sin muchos preámbulos".

Real Cédula de los Fueros y Privilegios de las Maestranzas de Sevilla y Granada | Espasa - Calpe
"En El Baratillo, antiguo vertedero urbano y verdadero Monstestaceum de Sevilla – formado al rellenar la depresión del brazo subalterno y desecado del Guadalquivir, que, partiendo de La Barqueta, cruzaba la Alameda y venía a unirse al curso principal del mismo, a la altura de la Torre del Oro –, comenzó a construirse, el 5 de octubre de 1733, la primera plaza redonda, en madera, tras desmontar el recinto rectangular allí existente, que apoyaba uno de sus lados en el convento del Pópulo, expropiado después (cuando la desamortización) y convertido en cárcel", prosiguen Narbona y de la Vega.

La ausencia de oficialidad, por llamarlo de alguna manera, no eximía de la existencia del toreo de a pie par de siglos atrás, como queda patente: "del primer torero sevillano de quien se tienen noticias, es de un tal Juan Guardiola, que se libra del anonimato por haber solicitado del Cabildo Municipal de Sevilla, en el año 1594, una ayuda para adquirir una capa torera, porque, según un documento de la época, se le había estropeado la suya, toreando en un festejo celebrado en la Plaza de San Francisco".

Tras atravesar el primer cuarto de siglo, arriban noticias interesantes: "el 15 de diciembre de 1733, se firmaba el acta de entrega del nuevo coso sevillano, inaugurado en junio de 1734, si bien no quedó terminado del todo. Allí actúo "el primer torero de la tierra" de quien se tiene noticia: Miguel Canelo; cobró 2100 reales. No debieron quedar muy contentos los maestrantes con la obra, cuando en 1739 se realizaron sustanciales reformas, gastados, 101.482 en apenas un año".

Miguelillo. Canelo, como el actual boxeador mexicano, de nombre Saúl. Este espada nació (fíjense cuán antigua se antoja la tradición) en el Barrio de San Bernando, sobreviviendo en su Calle Ancha.  ¿Por qué San Bernardo, cuna de tan insignes matadores, con supremo conocimiento de las reses? Amén de su antiguo matadero (donde hoy, bajo el mismo edificio, encontramos un colegio público de educación infantil y primaria), los chavalillos postraban sus huesos en las tapias de alrededores y lanceaban últimos pases a los desechos. Se ignora fecha de nacimiento, no de fallecimiento: 1737, sólo tras tocar el cielo con las manos, ostentando el honor de ser el primer torero de a pie en nuestra Maestranza. Apadrinó a uno de los hijos de Juan Rodríguez, padre de Costillares.

Espasa - Calpe
Dinero siempre llamó a dinero, como amor entre personas de insignes apellidos y gran linaje, salvo contadas excepciones. Aquel amor frustrado de Joselito, nuestro Gallito, el Rey de los Toreros, con una aristócrata, vilipendiado por motivos étnicos y de baja alcurnia. Los maestrantes existieron, existen y continuarán existiendo, con patronazgo sobre el toreo sevillano. Es historia. Poco empeño focalizaban sobre si el juego marchaba encima del corcel o a pie. El pueblo, alegre, vivo y con empeño olvidadizo, amén de su miseria diaria, tomó la vía de trapo y valor, con beneplácito abúlico del señorón, por supuesto.

En esas, apareció Miguel. Sucedieron otros tantos, en lugar de nacimiento, cuna de grandes toreros, como Pepe Luis y Manolo Vázquez Garcés, y emplazamiento profesional. Cuántas tardes, de fracaso y gloria. Cuántas cornadas mortales o, simplemente, de aviso. Cuántos matadores. Cuántos sueños, cumplidos y frustrados.

Disculpen, una vez más, este ombliguismo hispalense. En Sevilla tuvo que ser y, pese a quien le pese, continuará rodándose, sin igual, bajo este marco, semejante tragicomedia metafísica, de vida-muerte, arte-barbarie, glamour-marginalidad, llamada tauromaquia. Falleció el "probe" (sic) Migué, pero hoy, de buena mañana, gusté de recordarlo. Allá donde pazca, sonreirá y sentirá felicidad al presenciar, tres siglos después, la vitalidad y el fragor de la llama de su memoria, junto a otros ilustres del centenario, en letras de oro y formados en riguroso trío: Pepeíllo-Costillares-Pedrorromero.

Sirva como oda a aquél que tocó pelo, algún día, pero engrosó la historia de esta, nuestra plaza, con la gloria de condición torera (oro o plata) y la miseria, bajo la cuna de la humildad por no formar parte de grandes publicaciones tratadistas. Uno más. Quién hubiera podido ostentar tamaña, modesta, noble y valerosa condición.

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