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El carro de Aguado

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Excelso natural del sevillano | Róber Solsona A lo largo de la trayectoria profesional de un aficionado a la tauromaquia, éste atraviesa etapas de diverso ánimo y signo. En primer lugar, todo es de color, como aquella obra maestra de Tele Palacios y Manuel Molina, encarnada por Jesús de la Rosa Luque. Seguidamente, uno comienza a descubrir lo desagradable y hampón de nuestra fiesta, sin bajar la guardia libidinosa y sí el papel moneda de la cartera. Por último, como estadio definitivo, guadianea , cual Chenel en sus temporadas mozas, alternando períodos de resignación, buscando calor artístico en otros senos, y amor a quemarropa. Como si una mujer nos hubiera sido infiel y acrecentáramos, todavía más, nuestra condición de perdidamente enamorados. En esa tesitura, decidí encender la televisión para visualizar un festejo taurino. Para volver a volver, resulta necesario un aliciente apetitoso. Ése es Pablo Aguado . Un oasis sevillano (de dónde, si no) en el desierto fotocopiado y