Morante, Corrochano y Federico, sobre el toreo
– Sácame de una duda, José Antonio: ¿qué es el toreo, de verdad, para ti?
– Uf... El toreo... ¿Tienes batería? [ríe]
– Tengo. Tengo batería y ganas de escucharte, que es lo más importante. ¿Qué es el toreo?
– Hombre, el toreo... El toreo es algo que nace por dentro. Y eso germina y con tu cuerpo eres capaz de hacer lo que sientes. Uf... ¿qué es el toreo? Es difícil. Hay un libro muy, muy bonito que se llama "¿Qué es torear?", de Gregorio Corrochano. Muy interesante. Él, con sus palabras, explica lo que es torear, la forma de... lo que es acompañar, con los brazos, con la mirada, con el pecho; el colocarte; el cruzarte... El toreo es algo que sale solo y, preconcebido, no sale nunca.
Portada de la primera ed., ilustrada por Martínez de León |
Prosiguiendo con buenas costumbres, buceando por videoteca y biblioteca, encontré estas declaraciones de Morante, casi diez años atrás, a Víctor García-Rayo, periodista local taurino y semanasantero, recomendando lecturas, algo inusual por parte de un matador de toros, a excepción de Sánchez Mejías, Belmonte, José Antonio y aquellos afortunados, agraciados por la caída de los "polvitos mágicos" de la torería. Por suerte, no descubrí por terceros la figura de don Gregorio Corrochano, sino arribé por naturaleza y referencias de otras publicaciones reseñables. Un crítico de antaño: nada comparable a la mediocridad generalizada actual. Escribió otras magníficas obras, como "Cuando suena el clarín", "Teoría de las corridas de toros", "Edad de Oro del toreo" y "Edad de Plata del toreo". Todas recomendables, aunque adolezca de estas dos últimas, aún.
En la presente, titulada, con exactitud, "¿Qué es torear? Introducción a las tauromaquias de Joselito y de Domingo Ortega", Gregorio, además de analizar técnica y dimensión de ambos matadores de época, traza opinión sobre los tres tercios y la crítica. Gracias a José Antonio, regresé al libro, hojeé y encontré subrayados, a lápiz, unos párrafos podrigiosos, encuadrados, en el primer epígrafe ("¿Qué es torear?", bautizando a la obra), dentro del primer capítulo ("Introducción a la tauromaquia de Joselito", ídem).
"EL TOREO [...], se caracteriza por el gusto y la preocupación de la época. Hay la preocupación por la muerte del toro, y se cuida de la estocada como momento fundamental. Es la era de Pedro Romero y Costillares. Pepe Hillo, más impulsivo, más alegre, muy sevillano y con menos facultades para matar, empieza a preocuparse del toreo.
Con Paquiro, que personifica el arte de torear, el toreo se completa con suertes vistosas, se perfecciona y organiza; es la fuente de la reglamentación. Es la etapa de los grandes toreros, de lo que pudiéramos llamar la edad media del toreo: Montes, Chiclanero, Curro Cúchares, Cayetano Sanz, Manuel Domínguez, Antonio Carmona, Tato. La discusión del toreo se desarrollaba alrededor de dos puntos de vista fundamentales: ¿qué es más importante y necesario, el conocimiento del toro o el conocimiento de las suertes del toreo?
Esto, así planteado, dividió las opiniones, que cristalizan en la competencia del Chiclanero y Cúchares; los del Chiclanero sostenían que lo más útil era el conocimiento de las suertes, como partidarios de la pureza y sobriedad del toreo rondeño, practicado por el maestro de Chiclana; los de Cúchares defendían el punto de vista del conocimiento de las reses, en lo que Cúchares no tenía rival.
Estas dos tendencias, no abandonan ya nunca el toreo, ni con Lagartijo y Frascuelo, ni con el solitario Guerrita. Pero donde alcanza su máxima expresión es en la pareja Gallito y Belmonte que, por cercana, vivida y reseñada por nosotros, la relataremos como si repasáramos unas memorias.
El toreo es el garbo de una raza ágil y flexible. Es un quiebro de cintura que en el hombre es toreo y, cuando lo da la mujer, es baile. Se torea y se baila con la cintura. A veces, por una confusión de aptitudes y de actitudes, algunas mujeres torean y algunos toreros bailan. Cuando la mujer que baila, torea, el público se la estima, reacciona como en una plaza de toros y enriquece su admiración con vocablos del toreo. Cuando cree que el torero, en vez de torear, baila, lo rechaza y apostrofa de bailarina. De donde se infiere que, para este público, el toreo es superior al baile. Este aplauso y desdén han marcado una preferencia, que es casi una definición, por el toreo poco movido, poco bailado; por el toreo de pie aplomado y brazo suelto que rima con el toro, donde tiene su origen el temple.
Temple es un vocablo preciso que pone de acuerdo sonidos, instintos y movimientos. Se templan las cuerdas de una guitarra para buscar la armonía; se templa el toreo, esto es, se busca la armonía del movimiento del toro que acomete y del movimiento del torero que torea; se templa el instinto con el instinto; para torear hace falta temple. Temple en capote y muleta que se llevan al toro; temple en el brazo que torea; temple en el hombre que torea con el brazo; para torear hace falta ser muy templado. Acaso el temple no esté bien definido y pueda confundirse con la lentitud. Esto equivaldría a confundir el agua templada con el agua caliente; ni caliente ni fría; a su temperatura, a su temple.
Templado no es igual a lento, aunque, alguna vez, para templar a un toro muy lento, se le haya toreado con lentitud. El temple depende del toro. No hemos dicho arbitrariamente, líneas arriba, toreo de pie aplomado y brazo suelto que rima con el toro. Si no riman, si no van de acuerdos los dos movimientos, no hay temple, aunque haya lentitud. Tanto se falsea el temple por torear rápido como por torear lento. Para torear hay que excitar la codicia con la distancia y acompasar el movimiento del brazo a la codicia y a los pies del toro, conservando las distancias, y así se le lleva donde se quiere y se remata la suerte donde se quiere. Ni con más rapidez, ni con más lentitud: con temple. Hay una palabra en el campo andaluz, tan expresiva, acompasada y musical, que ajusta el toreo y el temple en una misma definición: torear al son del toro. Torear a son, a compás, llevar el son con ritmo musical; eso es temple y eso es torear"
CORROCHANO, Gregorio. "¿Qué es torear? Introducción a las tauromaquias de Joselito y Domingo Ortega" (1ª ed., Edicions Bellaterra, Barcelona, 2009. Págs. 28-32)
Federico García Lorca, en 1924 | ABC |
Escribiendo sobre Gregorio Corrochano, resulta imposible obviar a Joselito. Recordando a Joselito, sucede igual con su binomio revolucionario, Belmonte. Y El Pasmo simboliza a todo un icono pop en blanco y negro, portada de la revista Time y, por antonomasia, torería demostrada afuera del ruedo, también necesaria. Como tal, su relación con intelectuales, de todas artes, quedó patente, a través de distintas generaciones destacables, como 98, 14 ó 27. Qué brillantes, sobre todo, la de fin del XIX y la del veintisiete, en plena dictablanda de Primo de Rivera. Cuántos nombres brillantes, gracias a la mediación de Ignacio Sánchez Mejías, como Gerardo Diego, Rafael Alberti o Federico García Lorca, como colofón, quien legó sensacional escrito sobre el arte, en líneas generales. Menciona a Juan, Velázquez, Cervantes... desarrollando, bajo mi parecer, hipótesis harto aplicable a la tauromaquia, como disciplina artística, y la vida misma.
"Cuando una morena baila, cuando Belmonte hacía prodigiosas suertes de capa, cuando Velázquez producía, sobre ellos divagaban el ángel y la musa. Pero ellos tenían duende. Sí, señores; tener duende es lo más caro que puede ofrecer la vida a los intelectuales. El duende es ese misterio magnífico que debe buscarse en la última habitación de la sangre.
El ángel ondula sobre la frente, guía y regala; la musa dicta y, en algunas ocasiones, sopla. Pero estas cosas vienen del exterior; en cambio, el duende, ¡ah!, el duende, amigos, está en uno, en la sangre, en el alma. Muchas personalidades han escrito cosas soberbias, pero no siempre han tenido duende. Cervantes tuvo un duende gigante, pero, con tanta serenidad, que aparecía a la consideración popular exactamente como si no lo hubiera tenido nunca.
[...] Hay que buscar el duende; sin él, habrá cosas buenas en la vida, pero no tan magníficas como teniéndolo. Ése es el secreto del arte: tener duende. [...]"
GARCÍA LORCA, Federico. "Prosa, I: primeras prosas, conferencias, alocuciones, homenajes, varia, vida poética, antecríticas, entrevistas y declaraciones. OBRAS, VI" (1ª ed., AKAL, Madrid, 1994. Pág. 578)
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