Los 'dibujos' de Las Ventas


Al igual que la prohibición en Islas Baleares inspiró mi anterior entrada, la dichosa reforma de la Monumental de Las Ventas y su aparente reconversión en un pabellón de básket, estilo NBA, no iba a ser menos. Hasta cuándo habrá que seguir padeciendo la ignorancia de un poder político, completamente desconocedor del valor, ya no sólo de la tauromaquia como paradigma filosófico, social y cultural, sino de un declarado BIC (Bien de Interés Cultural), como el coso madrileño.

No está relacionado el mantenimiento de una infraestructura importante que, por cierto, se antoja necesario, como ha demostrado la periodista Julia Rivera con pruebas gráficas, con la pérdida de esencia. ¿Alguien imagina a Las Meninas, de Velázquez, o La familia de Carlos IV, de Goya, restauradas con estilo cubista? No creo. Igual sucede: prostituir el aroma y la parsimonia de un patrimonio cultural debería estar tipificado en el Código Penal. Cinco años de cárcel, al menos.


Chavales trepando por los 'dibujos' | El Cossío

A modo reivindicativo, en mi maremagnum personal de vídeos, libros y variedades, encontré la foto reseñada arriba en el primer tomo de El Cossío, acompañada de un texto de Don Gregorio Corrochano y, además, acudí a uno de mis lugares preferidos de peregrinación audiovisual taurómaca: el reportaje de Canal + Toros a Antonio Chenel 'Antoñete', donde Molés esboza su trayectoria en una hora de duración, charlando distendidamente y, sobre todo, con el de Ventas pisando suelo patrio: el patio de su casa, donde creció viendo a los grandes diestros de posguerra (Pepe Luis Vázquez, Manolete, Marcial Lalanda o Domingo Ortega), el túnel de cuadrillas (esta expresión me recuerda a Chapu Apaolaza) y las afueras del coso.

En este último lugar gustaría detenerme. El mechón blanco del toreo, con su maestría, torería y casticismo únicos, relata aquellos años duros, con cartilla de racionamiento, hambre y represión a los "rogelios", como parte de su familia, trasladada a Alicante y Castellón, hasta 1939, por motivos ideológicos, hasta el final de la contienda civil. Chenel no encontraba problemas para acceder (residía en el patio de la plaza junto a un par de familias, entre ellas, su hermana y su cuñado, Paco Parejo, mayoral), pero el resto de chavales, con ganas de ver a los dioses de luces de la época, apañaban una ruta por un lateral, aprovechando el estado precario del ladrillo para escalar, en primer lugar, y el detalle a modo de mosaico, después. 

"De tan hecho como lo tenía de chaval, si me quitara los zapatos, ahora mismo lo haría igual porque, para mí, esto es parecido a subir por unas escaleras", apostillaba el bueno de Antonio. Qué diría, estando aquí, en los micrófonos del Plus, del proyecto de Madison Square Garden venteño, con asientos de plástico y cheerleaders entre toro y toro.

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