Sevilla vestida de luces

Triunfar en casa | Pagés
Pontificó Carlos Crivell, sobre el Sócrates de San Bernardo, Pepe Luis Vázquez Garcés, representar a "Sevilla vestida de luces". Aguado viste la Sevilla de blanco y negro, mas no la actual, donde imperan chabacanería, estridencia, irrespetuosidad hacia la esencia y, en definitiva, la pérdida de lo nuestro.  Prueba de ello, la decadencia comenzada, ha un lustro, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Pablo confluye en nuestro tiempo, pero no pertenece a él. No simboliza la Torre Pelli, las Setas de la Encarnación o la gentrificación de nuestro casco histórico, repleto de apartahoteles, despedidas de soltero y guiris en motocicleta electrónica. Lo veo cual Hércules de la Alameda, campana de la Giralda, paloma en el María Luisa, cadena en las afueras de la Catedral, ventana de la Torre del Oro, seise en el Corpus o sevillana de El Pali. Incluso cual nazareno ruán de Ntro. Padre Jesús del Gran Poder, ya en recorrido de vuelta, por la calle Cardenal Spínola, a la altura de Santa Rosalía, sintiendo la devoción, el respeto y la comprensión hacia la idiosincrasia de cuanto está viendo.

He llegado loco a casa. Apuntaré la fecha para no olvidar. Diez de mayo del dos mil diecinueve. He visto a tíos toreando por El Arenal, mientras que, debajo de mi localidad, presenciaban la corrida unos amigos (o familiares, no sé) del triunfador. Por si me leéis: estaba en fila cuatro de grada del nueve. Incluso un fulano, en balcón de tendido, fue atendido, por operarios de Cruz Roja, tras la faena al tercero. Normal. No debe ser fácil torear en casa con la responsabilidad y la conciencia de tener en juego gran parte de tu futuro. Mucho menos, compartir cartel con dos colosos como Morante de la Puebla y Andrés Roca Rey. No olvidemos que Aguado salió tras un tsunami del peruano, quien recurrió a portagayola y toreo heterodoxo, recibido, con brazos abiertos, en estos tiempos de desdibujo de personalidad local. Aguado comenzó justo ahí: quitando (en primer lugar, taurinamente hablando; y, después, el 'sentío', como decimos aquí) por chicuelinas. No sé cómo le volaría el capote a Manuel Jiménez, por aquello de que Paco Camino asentó los cánones estético-técnicos actuales, pero no debió quedar muy alejado.

Guiado por mi intuición, pienso que Aguado evoca una línea continuista, que no imitadora, de la tauromaquia morantiana. Capote trianero y muleta sevillana. En ámbito taurómaco, Sevilla y Triana no son iguales. Ni mucho menos. Pablo abre el compás en la verónica, como en la otra orilla, mientras que junta los pies, de perfil, en el último tercio, como en San Bernardo o Alameda de Hércules. No daba un duro por este neopúblico de plaza de tercera, que pide música a su antojo y orejas con bajonazos, mas, de forma grata, han poseído la sensibilidad suficiente como para entender la categoría, la finura y la elegancia de algo no tan fácil de paladear: el toreo caro. No sé cuántas fotos o vídeos de Pepe Luis habrá visto este torero. Por momentos, he tenido la sensación de vivir en los primeros cuarenta, cuando Chicuelo comparecía esporádicamente, Manolo González comenzaba de novillero, Pepín Martín Vázquez casi mandaba en el cotarro (maldigo aquel incidente en Valdepeñas) y el Sócrates lideraba el escalafón, por delante de un tal Manolete. Lo de hoy, sin lugar a dudas, ha sido una completa y total borrachera de sevillanía. Esa simbiosis tan preciada y escasa: Sevilla, en Sevilla. Sobre el albero y en los tendidos. Con el capote, esas verónicas tan cadenciosas como despaciosas, ejecutadas a cámara lenta, abelmontando las medias. Eligiendo terrenos, distancias y observando condiciones, inteligencia de San Bernardo. Para muestra de esa reunión, entre habilidad mental y gracia, la brillantez, la limpieza y la transmisión en una faena de muleta llevada a media altura ("ay, aquel que consiga torear a media altura..."), como muchas veces cuajara el mismísimo Curro Romero. La ética del muletazo, cargado de verdad, enroscado a la cintura, cargando la suerte y poniendo el alma, esto es, encajando la barbilla en el pecho. La temporalidad adecuada en la faena, componiendo veinticinco muletazos caros, en tres-cuatro tandas, dejando al respetable con ganas de más. Y los pies juntos. Podrá sonar superficial, pero no. Evocar el hilo del toreo oriundo nunca debe caer en saco roto. Más, cuando su recurrencia no encuentra su motivación en algo inerte, sino que nace del interior.

Tengo grabados dos o tres kirikíes, cuatro naturales a pies juntos y un par de pases de pecho, de la misma guisa, con larguísima trayectoria y templada ejecución. Un ramillete de verónicas, a la altura de las de un genio de La Puebla del Río. ¡Cómo habrán sido! Hasta el bueno de Tristán hizo sonar la música. Y ese continuo orgasmo regocijador en el sexto, desde el recibo capotero hasta los gritos de "¡torero, torero!", pasando por los dos grandes pares de Iván García, el galleo del bú morantiano y esa tanda final, previa a la estocada, tan Manolo Vázquez, de frente y a pies juntos.

No sé, Pablo, cuánto habrás rezado a Nuestro Padre Jesús de las Penas y María Santísima de los Dolores, pero ese ápice de suerte, siempre tan necesario, unido a las aptitudes naturales (porque torero se nace y tú, lo has hecho), han creado un oasis en este desierto hispalense de incoherencias, incongruencias y bisutería barata. A partir de hoy, Sevilla tiene un torero a su altura, para entrar perpetuamente en Resurrección, ser consentido en sus fracasos y añorado en sus ausencias: Pablo Aguado Lucena.

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