El carro de Aguado

Excelso natural del sevillano | Róber Solsona
A lo largo de la trayectoria profesional de un aficionado a la tauromaquia, éste atraviesa etapas de diverso ánimo y signo. En primer lugar, todo es de color, como aquella obra maestra de Tele Palacios y Manuel Molina, encarnada por Jesús de la Rosa Luque. Seguidamente, uno comienza a descubrir lo desagradable y hampón de nuestra fiesta, sin bajar la guardia libidinosa y sí el papel moneda de la cartera. Por último, como estadio definitivo, guadianea, cual Chenel en sus temporadas mozas, alternando períodos de resignación, buscando calor artístico en otros senos, y amor a quemarropa. Como si una mujer nos hubiera sido infiel y acrecentáramos, todavía más, nuestra condición de perdidamente enamorados.

En esa tesitura, decidí encender la televisión para visualizar un festejo taurino. Para volver a volver, resulta necesario un aliciente apetitoso. Ése es Pablo Aguado. Un oasis sevillano (de dónde, si no) en el desierto fotocopiado y carente de personalidad. La atípica representación de lo típico: un toreo con acusada denominación de origen, aparentemente no reflejado en la personalidad pública. Se torea, como se es, en el fondo, no en la fachada. Pepe Luis Vázquez mostró seriedad y timidez ante los medios de comunicación y, vestido de luces, irradió justamente lo opuesto y codiciado: cátedra, garbo y naturalidad.

Ver torear a Aguado provoca remembranzas a esencias pretéritas, ubicadas por esos rincones tan especiales de Sevilla. Pongamos que hablo de Alameda de Hércules, Resolana o San Bernardo. No sólo por calidad de lances y muletazos, sino también por la inteligencia aplicada al minutaje de las faenas, longevas y reducidas según el toro, verdadero eje de la lidia. Nadie puede prever el futuro, pero a este joven matador le aguardan, si no las mieles, cierta admiración y respeto por parte de la afición, además de una seria oposición a heredar el trono de Sevilla.

Súbanse al carro, expresión ahora tan de moda. No ejerceré el apartheid meritocrático de ciertos inquisidores virtuales. Si no han pagado para verlo por los pueblos, vengan. Si lo descubrieron en Madrid, durante la pasada Feria de Otoño, también. Si presenció la alternativa en San Miguel 2017 y una clásica y maciza faena, frente a uno de Torrestrella, en la pasada Feria de Abril, imagino la existencia de billetes en preferente, pero, para algunos acomplejados e incomprensivos con este raquítico tiempo en el seno de la fiesta, continuará sin poseer suficiente pedigrí de cara a la membresía. No importa. Disfrutemos de la buena savia nueva.

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