Pinacoteca taurina (II): "El Chepa de Quismondo", por Ignacio Zuloaga

El Chepa de Quismondo

Aquel Madrid castizo, compuesto por tertulias, cabarets y mocitas, contó con una señera, organizada por José María de Cossío, en el antro de Antonio Sánchez, retratada por el madrileñista Antonio Díaz-Cañabate en "Historia de una taberna". El propio escritor, crítico de ABC, sucesor de Gregorio Corrochano, participó en aquellas reuniones junto a toreros, literatos, poetas, eruditos, historiadores, pintores, escultores, ingenieros, abogados, políticos, cineastas, críticos y variopinta cabaña humana, diversa en ocupación.

Eugenio D'Ors, Sebastián Miranda, Francisco de Cossío, Gerardo Diego, Joaquín Rodrigo, Juan Belmonte, Rafael El Gallo, Edgar Neville... E Ignacio Zuloaga, autor del lienzo tratado. El pintor vasco, gran amante de la tradición pictórica hispana, en contraposición con las moderneces imperantes, cubistas y surrealistas, fue un gran retratista de la vida llana nacional.

Inducido por el artista y Cossío, autor del tratado "Los Toros", Antonio Rodríguez, nombre y apellidos originales de "El Chepa", acudió a la velada habitual y, causando gracejo entre los componentes, fue objeto de representación, debido a la exótica conjunción entre vocación profesional y defecto físico.

Nacido en 1912, en Quismondo, provincia de Toledo, enfermo de escoliosis, bohemio y peluquero por obligación, soñó con grandes triunfos vestido de luces. No sucedió así, aunque, al menos, logró estoquear novillos por cuantiosas plazas pueblerinas, seguido de dos comparecencias llamativas: en 1936, plaza de Tetuán de las Victorias; y 1941, como sobresaliente en un festejo nocturno venteño. La obra de Cossío señala, también, habituales comparecencias en números de toreo cómico.

El Chepa, en el estudio, junto a su retrato

Según biógrafos del artista eibarrés, confeccionó este cuadro tras aplazar la reproducción de Manolete, ocupado en amoríos, idas y venidas durante aquellas calendas. Junto a Domingo Ortega, Azorín y Ortega y Gasset, El Chepa de Quismondo entró en el elenco de ilustres retratados, aunque, por motivos económicos, jamás pudo adquirir el lienzo, permaneciendo en el estudio de Zuloaga hasta la muerte de éste, en 1945.

Antonio, afamado chepudo, torerillo errante y soñador de imposibles, falleció también en los cuarenta, aún convencido de labrarse un hueco entre los grandes libros de críticos taurinos. Ojalá hubiera podido codearse con Bienvenida, Manolete, Pepe Luis y Arruza. No tuvo suerte ni hechuras, mas sí férrea e inquebrantable voluntad.

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