De público y neoaficionados

 

Detalle capotero de Morante | Autor: Juan Romero Prieto
Detalle capotero de Morante | Autor: Juan Romero Prieto

Desde hace unos años, Sevilla ha perdido parte de su verdad. Los gobiernos municipales han vendido el ánima y nuestro ser, al diablo, por una moneda, que ni siquiera es de oro. Echando un vistazo al pulso de nuestra ciudad, ¿qué parte y qué momentos de ella siguen ofreciendo las constantes vitales de siempre? Vamos a la verdad, repito, no nos quedemos en la fachada. Sólo quedan los barrios, nuevo exilio periférico del sevillano. La mercantilización de nuestra identidad, parajódicamente, ha desembocado en la adulteración de esta. 

Nuestras costumbres, nuestros sitios, cada vez son menos nuestros y más de ellos, los que te quieren como mujer de un par de noches. Son tan sinvergüenzas que ya ni te prometen el Cielo, a modo de señuelo, sino que van a lo que van, con el trolley y las chanclitas con calcetines. La madre que los parió. Peores son los fariseos que, imitando nuestras maneras, quieren ser lo que no son ni serán jamás. Los que sólo se fijan en ti cuando vistes las mejores galas, esto es, mantilla y faralaes. Con lo que yo te quiero, condenada, con el pijama puesto y las ojeritas de recién levantada. Como en la vida misma, la cartera triunfa sobre el corazón.

Este despropósito aplica a todos los ámbitos, acentuándose, de manera especial, en los tendidos de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Es ahora cuando está constatándose el resultado de la nefasta gestión de la empresa actual. Da miedo comparar el número de abonados de hace quince años y la temporada actual. Ése era el objetivo: recaudar hasta las trancas, descuidando el cariz identitario que otorga una base sólida de abonados. A la Maestranza ya sólo da gusto ir en la semana anterior a Feria, en esos carteles de poco relumbrón, con media plaza y un alto porcentaje de aficionados (recuerdo alguna tarde de Torrestrella con mucha nostalgia). 

Por lo demás, esta democracia de los tendidos da más vergüenza que otra cosa, con su fauna para echarle de comer aparte. La sociedad de la dopamina busca estímulos satisfactorios constantes. No llega a comprender que no pase nada o sólo sean pequeños detalles los reseñables. El actual público de Sevilla es un cuarentón que se ha gastado un dinero importante en ir con la parienta sólo una tarde. Y, hombre, cómo no voy a ver nada, con lo caras que son las entradas en Sevilla. No me importa pisotear el reglamento o no respetar la idiosincrasia de la plaza. Cómo voy a volver al pueblo y contarle a mis amigos que ni siquiera se cortó una oreja. Que lo más reseñable fue la lidia de Javier Ambel o un kikirikí de José Antonio Morante (¿sabrá en qué consiste el kikirikí?). Es más, cómo van a salir siete toros y no va a sonar la música de Tejera en toda la tarde. Voy a pedirla desde que se cambia el tercio, así se entera el director. Ha escuchado mis plegarias, tocándola a descompás, a final de faena, y dos matadores de toros lo han mandado a callar. Para coronarme, voy a chiflar y a mover el pañuelo hasta la saciedad, a ver si veo cómo el presidente otorga dos trofeos. Me importa más la forma que el fondo. Se me gana fácil: arrimón y muletazos de rodillas. La colocación, el vaciado del muletazo, la elección de los terrenos o la profundidad de la embestida, ya, para otro día.

Otro grupo parlamentario, con bastantes escaños, corresponde a los neomorantistas. Me recuerdan tanto a los curristas por postureo... Como camisa vieja del morantismo, duele observar los dos polos opuestos, que se atraen y tocan más de lo que parece: aquellos que jalean todo y los que no se enteran de nada. Los unos, desmerecen la obra de arte por falta de criterio (la aplaudirán, como todo). Los otros, como remarqué antes, arrimón, rodillazos y rock and roll.

Hemos cruzado los brazos y Sevilla se nos va.

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