¿Hoy se torea mejor que nunca?

"Sólo hay dos clases de toreros: el que sabe torear y el que no dice nada"

Pepe Luis Vázquez Garcés (1921-2013)


Dols Abellán, Curro y Rafael | José Vicente Ávila
Cada equis tiempo, con fidelidad hacia su naturaleza recurrente, vuelve a resurgir la duda en el seno de los maltrechos mentideros taurinos. Aferrados a nuestro arrinconado e imperenne sentimiento de niñez, desenvainamos la tizona para defender a los toreros que nos evangelizaron en esta religión pagana, provocando, de profanos a devotos (y algún hipócrita no practicante), nuestra conversión.

Para responder esta cuestión, en primera instancia, precisamos de una o varias definiciones a la altura: ¿qué es torear? Teniendo en cuenta las múltiples y contradictorias respuestas, encuentro dos sentencias entre las más cercanas a mi verdad: la de Juan Belmonte ("torear es un ejercicio del espíritu") y Rafael El Gallo ("torear es tener que un misterio que decir... y decirlo"). Como colofón, esta última, pronunciada, sobre el bientorear, por Rafael de Paula, corona esta trinidad: "Para torear bien, hay que estar emocionado. Si no, es imposible. El que simplemente se viste de torero y pega pases, no tiene alma de torero. El toreo que se siente, tiene que emocionar. A cada pase, caen las lágrimas y, cuando se torea con el cuerpo y el corazón, llega la inspiración, que tiene que ir acompañada del trabajo y el aprendizaje a través del tiempo. No hay toreros de capote o muleta; el que sabe torear, hace faenas completas [...] O sea torea bien, o mal".

Con total seguridad, cualquier tratadista puede mostrar inclinación hacia otra descripción distinta a las anteriores. Además, de forma totalmente legítima. Porque, en el toreo, como en cualquier otra disciplina artística, susceptibles de interpretaciones y sensaciones personales e intransferibles, no existe la verdad absoluta, sino la propia. ¿Mejor, o peor? Diferente. Hay quien opta por el camino cartesiano, lógico; o, en cambio, la vereda desenfrenada y apasional. La dicotomía apolínea-dionisíaca sintetiza estas dos corrientes a la perfección.


Ayer, se toreaba mejor que nunca: Curro, Paula, Vázquez...
Quienes ensalzan el toreo de antaño u hogaño, como el mejor de la historia, están defendiendo una creencia errante. Ya decía que Ortega y Gasset que el mejor termómetro, para calibrar a la sociedad, era pasearse por una plaza de toros. Siempre han existido toreros que han hecho el mejor toreo de la historia, independientemente de la época. Creo, cuando hablamos de torear mejor que nunca, en la personalización y no el uso de una época como estandarte. ¿Acaso Gallito o Belmonte dijeron menos, junto a Chicuelo y Manolete, en comparación con lo presente, si sólo establecieron los cimientos de las maneras actuales? ¿Y las fantasías del Divino Calvo, creador donde los hubiera, seguido involuntariamente en esa concepción anticombativa por auténticas leyendas como Curro Romero o Rafael de Paula?

Fíjense cómo he nombrado diestros en activo durante diferentes etapas en la historia del toreo. Si, por una remota casualidad, en un tiempo se hubiera hecho como nunca, ¿no hubieran sido relegados los otros al olvido? A mi personal manera de ver, confundimos el prisma para enjuiciar el peso de los toreros en la historia. Otorgamos mayor importancia a la forma que al fondo. Esto es más importante de lo que parece, puesto que puede existir forma sin fondo, pero raramente fondo sin forma. Es decir, importa más la estética que el sentimiento, sin dejar de tener importancia esta primera

Hemos de reparar en un hecho capital para lo externo: la selección ganadera y las circunstancias político-sociales de cada momento. Repetido con frecuencia, sabemos que José, por su desmedida inteligencia e interés hacia el campo bravo, asentó la gestación del toro que disfrutamos hoy, en detrimento de castas obsoletas para las nuevas exigencias de la lidia, como la Vazqueña (de más a menos en el transcurso de los tres tercios, teniendo su punto álgido en varas), apostando por Vistahermosa, más boyante en la muleta. A grandes rasgos, los toreros de la Edad de Plata comienzan a bajar la mano por la mejora en la condición de la embestida. No es casualidad. Como ejemplo de adversidad en las circunstancias político-sociales, la Guerra Civil, interrumpiendo aquella progresiva evolución. Como he escritos, a pesar de actuar como factores influyentes en el terreno estético, no debe ser óbice para falsear nuestra concepción del torero y su toreo. Si algo enseñan en las facultades de historia, es a no juzgar un tiempo con ojos de la actualidad, puesto que las sociedades avanzan (o retroceden) y sus principios éticos, también. Entraríamos en una incoherencia.

Entonces, preguntarán: "si no he vivido a tal torero, ¿cómo voy a comprobar su sentimiento?". Sin lugar a dudas, este hecho no debe pasar inadvertido, mas invito a realizar un rápido ejercicio: observen fotografías de Manolete, no sólo toreando, sino retratos con vestimenta de luces (incluso de civil). ¿No tenía un misterio, como pontificó el Calvo, aquel pobre cordobés? O una verónica de Pepe Luis, con esos piececitos juntos y la naturalidad por bandera. ¿No sobrepasa la dimensión de los megapíxeles hasta llegar a los adentros? O un ramillete capotero de Curro. O un quite del Paula a un toro de Robles en Madrid. O una tanda de derechazos dolsabellanescos. O, yo qué sé... Elijan ustedes. Sólo pretendo ejemplificar el cumplimiento de una máxima esclarecedora: lo hecho con sentimiento y verdad, esto es, para la eternidad de los tiempos, sobrepasa las potenciales limitaciones de cualquier formato audiovisual. Esto es, el valor del pellizco, una reacción primaria emocional, que poco entiende de sabiduría y enciclopedismo. De hecho, creo firmemente que la ingenuidad ayuda a valorar con menos clichés y tópicos absurdos. Jamás alcanzará las cotas de lo vivido in situ. Cierto. Entonces, con el objeto de presenciar todo lo anhelado, habríamos de inventar la máquina del tiempo.


Hoy, se torea mejor que nunca: Morante, Aguado, Tomás...
Incluso mencionando a ejemplos poco ortodoxos, como El Cordobés o Paco Ojeda, fuentes capitales en el acortamiento de terrenos para con el animal, atracamos en idéntico puerto concluyente: sus sentimientos, manifestados de aquella particular manera hacia el exterior, en la estética, revolucionó el tinglado y, casualmente, causó verdadera veneración entre aficionados y público, revitalizando la fiesta en una época con una baraja de toreros importante. Quien ha toreado mejor que nunca, lo hace de adentro hacía afuera y no al revés, "poniéndose bonito".

Tal vez, el pecado o enfermedad de nuestros tiempos sea la cultura de la superficialidad (vulg. postureo). Ya se sabe que los paradigmas sociales de cada época, cual epidemia, contagian todos sus órdenes. Buscamos la perfección sin descanso, cuando esta resulta antinatural y, sobre todo, fría, obscena y vacía. Sin lugar a dudas, el toro de hoy sí es el que embiste con la mayor frecuencia de la historia, dotando a los toreros actuales de unas posibilidades de triunfo inéditas en épocas pretéritas. Claro, falta lo esencial: la personalidad, la llama interior, la genialidad. Se dice pronto, pero genios nacen pocos y resulta bastante fácil dejarse llevar por la corriente de lo políticamente correcto y la aceptación. Si el que gana los dineros da bernadinas, voy a copiar, a ver si así me pongo también en billetes. Para la personalidad, no hay excusas. Las escuelas taurinas tienen parte de la culpa, puesto que la perfección técnica temprana puede capar el desarrollo particular de cada uno por otros fueros. Recurriendo al Benítez, ¿dónde hubiera llegado en los tiempos de escuelas taurinas, con un profesor diciendo "así y asao"? ¿hablaríamos a día de hoy, a pesar de su bufa condición, de salto de la rana? Bien es cierto que los elegidos rompen tarde o temprano por cualidades propias, pero ¿y quiénes no nacen con tal privilegio? El toreo, como peaje hacia la grandeza, recrimina dureza. Esas condiciones infrahumanas de los pobres maletillas, muertos de hambre y frío por cuatro muletazos, no serían las circunstancias adecuadas para la actualidad, mas, como cualquier situación, cuenta con pros y contras: uno de los favorables, sin lugar a dudas, era la forja de un sello particular.

Extrapolando a otros ámbitos, no sé si las mujeres actuales serán más guapas que nunca, los cantaores de hoy darán el mejor quejío de la historia o los pintores del XXI crearán oleos sobre lienzo que quiten el sentío más que en el Barroco. Lo dudo mucho. Creo que, independientemente de marcos temporales, siempre existieron bellezas, guapas y menos guapas; Camarones, Tortas y paupérrimos flamenkitos; Velázquez, Caravaggios y brochasgordas. El problema pasa por querer ser, obligatoriamente, lo que no se puede, abusando de retoques estéticos y photoshopeos para figurar en Instagram; o utilizar autotune para grabar las canciones. Mientras tanto, trataré de continuar a mi aire, imitando el espíritu de Rafael Alberti, junto a Sánchez-Mejías, en Pontevedra, o el gran Carnicerito de Málaga, buscando a Manolete en los hoteles para figurar como cuarto banderillero. Eso sí que es arte.

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