La inmortalidad del clasicismo

"Clásico. Es decir, actual. Es decir, eterno"

Juan Ramón Jiménez


Diego Urdiales | Ana Escribano
clásico, ca 
Del lat. classĭcus.
1. adj. Dicho de un período de tiempo: De mayor plenitud de una cultura, de una civilización, de una manifestación artística o cultural, etc.
2. adj. Dicho de un autor, de una obra, de un género, etc.: Que pertenece al período clásico. Apl. a un autor o a una obra, u. t. c. s. m. Esa película es un clásico del cine.
3. adj. Dicho de un autor o de una obra: Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia. U. t. c. s. m.
[...]
La riqueza de la lengua castellana, a través de la RAE, ofrece hasta diez acepciones relativas al vocablo "clásico". Llegando a la tercera, no creo necesario continuar: define, a la perfección, el recital otoñal de Diego Urdiales en Las Ventas. No sólo clasicismo. Majeza. Naturalidad. Temple. Belleza. Torería. Valor. Aplomo. Paciencia. Un sinfín de loas plenamente justificadas.

"¿Qué es torear?", cuestionó el gran crítico Gregorio Corrochano para titular una obra maestra. Aluyó a Joselito y Domingo Ortega. En nuestros tiempos, debemos referir al torero arnedano para ejemplificar vívidamente la supervivencia del hilo del toreo pasado y presente, old-fashioned y trendy, castizo y millenial.

Diego refuerza y recrimina toda esa clase de tópicos melosos, cursilones, cantados al primero que corta las orejas. Ustedes disculpen, pero se trata de la excepción confirmante de la regla. Esa colocación constante, parsimoniosa, acompasada, delante de la cara del toro. Las caricias al palillo, tomándolo con mimo. Apertura del compás, más allá del primer muletazo de la tanda, reafirmando la quintaesencia clásica de su tauromaquia. La incansable búsqueda del trazo largo, enganchando adelante y rematando hasta bien detrás de la cadera. El valor silencioso, como dijo Ángel Luis sobre su hermano Antonio Bienvenida, para torear tan templado, parando el tiempo. Porque, contra el tópico, torear pausado, buscando ese temple sólo para privilegiados, requiere igual o mayor entereza que los recurridos ademanes populistas actuales. O la naturalidad andante sobre el albero. La ansiada naturalidad, buscada por tantos y personificada por tan pocos.

Curro Romero tiene razón. ¿Qué clase de infiel desconfiaría de gustos y predilecciones faraónicas? Para muestra, la práctica unanimidad de criterios en la concesión de trofeos. Las Ventas representa lo más similar al paradigma exigente en un coso taurino. Plaza difícil, como Flandes en el XVII. Porque, sin ánimos de aguar la borrachera de toreo, ya casi nada es lo que fue. Excepto el clasicismo. El volver a volver.

Regresar. Para barnizar la madera agrietada del aficionado viejo. Para rematar el brillo ilusionante y recién estrenado del neófito. Porque, a decir verdad, no tiene precio debutar en un festejo taurino con esta actuación. Ya percibirán la excepcionalidad de este día conforme presencien-visualicen festejos y, por ende, temporadas.

Como la música de Mozart o Beethoven, los frescos sixtinos de Michelangelo Buonarotti, las columnas dóricas del Partenón de Atenas o las novelas picarescas de Miguel de Cervantes, el espíritu del toreo clásico jamás morirá. Un espíritu encarnado en determinados toreros, como Diego Urdiales Hernández.

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