Oro, plata y bronce

Antoñete y Atrevido | Fragmento vídeo

Las clases magistrales ofrecidas por Antonio Chenel, durante su período televisivo, merecen eterna remembranza para comprender el toreo. El espectador, víctima del particular tándem, junto a Manuel Molés, disfrutó hasta del más sonoro petardo de la historia, porque el maestro reveló tal anécdota, equis particularidad y el castellonense colocaba la guinda.

A finales de los noventa, en un programa especial, Antoñete ejemplarizó la clasificación olímpica (oro, plata y bronce) del muletazo, según longitud de trayectoria. Esta distribución, ideada por Paco Parejo, cuñado de Antonio y mayoral de Las Ventas, sirvió al venteño para medir la brillantez frente a su lote.





Esclarecida la descripción de cada estamento, resulta conveniente ejemplarizar con casos prácticos, sin anquilosarnos en la teoría. De esta manera, se comprende con mayor facilidad y, de cara al futuro, por televisión o en la misma plaza, poder distinguir la calidad del matador.




Ocupando el cajón clasificatorio superior, encontramos a Morante de la Puebla y José Tomás. Ambas comparecencias se ubican en Las Ventas. Aquella gloriosa tarde del cigarrero, en 2009, ante "Alboroto", de Juan Pedro Domecq, viene como anillo al dedo. Con particular plasticidad y sevillanísimo garbo, José Antonio compone una serie de muletazos con la muleta echada adelante, bien planchada y girando férreamente sobre talones, componiendo el súmmum del toreo en redondo.

José Tomás, ante un ejemplar de El Torreón, borda la tauromaquia. En sus primeras temporadas como matador de toros, ejecuta un estilo con mayor ortodoxia y no menor valor que actualmente. Zapatillas asentadas, compás abierto, "pata pa'lante" y verdad como bandera.




Manolete. El califa, a pesar de hagiografías y ríos de tinta en contra, citó a los toros a la altura del cuerpo y lidió con acusada posición perfilera. Tales características no desdicen la grandiosa aportación del cordobés a la historia, culminando la frase pronunciada por Juan Belmonte: "llegará un día que alguien toree, a todos los toros, todas las tardes". Instrumentaliza y normaliza el toreo en redondo, creando escuela.

La archiconocida y mítica faena a "Atrevido", el toro blanco de Osborne, en 1966, ocupa una de las grandes páginas en la biografía de Antoñete, pero, según testimonio del diestro, ni de lejos fue su mejor tarde. Efectivamente, un toreo de plata (y, a veces, oro), nos confirma la hipótesis de Chenel, destacando, en la década ochentera, con mayor brillantez. Véase el toro de Garzón.




En última instancia, César Girón, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, durante la Feria de Abril 1954. Si ya han comprendido al maestro, sumado a los ejemplos anteriores, poco queda por explayar en este último escalón. Las imágenes, en conjunción con la teoría, hablan por sí mismas.

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