Antonio Bienvenida, honradez y veto

Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida y Carlos Corbacho, en la Goyesca de Ronda | Pinterest

Las alcantarillas del toreo, detrás del precioso atrezzo y la belleza verdadera un arte milenario, poseen capítulos dignos de reseña. Existe constancia concerniente al fraude del afeitado desde el siglo XIX, cuando Rafael Guerra "Guerrita" relataba cómo bañaban reses en el río Guadalquivir y, aprovechando su obvia torpeza en el medio acuático, desmochaban defensas naturales. No fue hasta décadas más tarde, con la figura de Antonio Bienvenida, cuando públicamente se denunció en los medios de comunicación. El califa cordobés ya no practicaba su profesión, mientras Antonio aún continuaba en activo.

La Guerra Civil aportó una completa devastación de la cabaña brava. Por consiguiente, las exigencias de trapío y selección tras la finalización del conflicto nada se parecen a las de hoy día. Se lidiaron utreros, eclipsados por la irrupción de grandes figuras, como Manolete, Pepe Luis Vázquez o Carlos Arruza.

Con la muerte del cordobés, la abulia de Pepe Luis y los intermitentes conflictos diplomáticos con México, surgió una nueva camada de diestros, variopinta, sumada a matadores de menor destello en posguerra. Antonio Bienvenida, hijo y hermano de toreros (el mítico Papa Negro), tomó alternativa en 1942 y, en maestro, algo envejecido bajo los cánones de aquellas calendas, diez años más adelante, lidió en beneficio del Montepío (fundado por Bombita y cobijado, a posteriori, por Marcial Lalanda), acompañado por Juanito Silveti y Manolo Carmona.

El éxito de los tres espadas se prolongó en un banquete homenaje, esa misma noche, donde barruntaron el excesivo fraude existente. Al día siguiente, denunciaba, de manera pública, en ABC,  la excesiva manipulación de pitones, provocando escarnio en el establishment, desde ganaderos a empresarios, sin obviar a camaradas. Tristemente, sólo halla adhesión por parte de Antonio Pérez Tabernero, buen amigo e íntimo valedor durante el difícil trance venidero.

"¿En qué momento perdimos integridad, ética y vergüenza torera? ¿Acaso no somos héroes del pueblo a tenor de dificultad y riesgo?", pensaría Antonio para sus adentros. Reflejo de su personalidad, no señaló específicamente ningún nombre, mas sí hirió orgullo, prestigio y moralidad de cuantos participaron en el juego. Cuando aparecían noticias de cornadas, no tardaban los mentideros en estirar el dedo índice para señalar al nacido en Caracas.

Antonio Bienvenida y Orson Welles | Twitter

Antonio Ordóñez, nuevo dueño y señor del toreo, encabezó un boicot, donde no dudaron en sumarse espadas como Rafael Ortega, Jumillano, Pedrés o Antoñete. No querían un mal compañero a su lado, destapador de la caja de los truenos y provocador de mayores riesgos vitales. ¿Cuál es la esencia de las corridas de toros, si no la culminación de un arte mayor en detrimento de la propia vida?

En 1953, alternó con matadores mexicanos, incipientes o de segunda fila, como Juanito Silveti, Manolo Vázquez, César Girón, Cayetano Ordóñez (paradójicamente, hermano de Antonio), Juan Posada, Calerito, Martorell, Dámaso Gómez, Cagancho o Pepote Bienvenida, su sangre. Bienvenida, torero predilecto en Las Ventas, no pisó San Isidro en la temporada siguiente. Sí el día de San Fernando, encerrado con seis gracilianos y cortando tres orejas. Puerta grande.

Volvió al coso capitalino, el primero de julio de 1954, retándose con Julio Aparicio, también instigador de la censura. Oficialmente, a raíz de esta tarde, cesó su calvario. Durante las próximas temporadas (retirado en 1974), regresó al circuito, no indemne de actuaciones pasadas. Siguieron sucediendo percances y continuó existiendo un único culpable.

Honradez y valor (no sólo en el ruedo, sino fuera) sirvieron para inmiscuir legislativamente a las autoridades en mayor grado, regulando integridad de astas, peso y edad. No se eliminó el afeitado, pues, décadas después, con el estrellato de Manuel Benítez, se cometieron grandes fechorías, pero quedó grabado, para la historia de la tauromaquia, un ejemplo digno de torería y honestidad hacia afición y la propia profesión, hogaño necesitada de admiración social.

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