Homenaje a Barnaby Conrad

Conrad, vestido de luces | theparisreview.org

– ¿Qué, ya has toreado a un toro, o no?

– Me falta valor. A una vaquilla, sí.

Ensamblando mueca socarrona, Ignacio, librero de viejo predilecto, propietario de la Librería Anticuaria Los Terceros, ubicada en la Calle Sol, a dos minutos de Ponce de León, donde mueren una docena de líneas del autobús urbano, sabe de mi visita periódica con sed de algún título taurino óptimo, como "Cuentos del viejo mayoral" o "Media docena de rollos taurinos". Ambos, con autoría de don Luis Fernández Salcedo, fueron mis adquisiciones más recientes. 

El antro produce orgasmos al más asexual, siempre que ostente condición bibliófila. Una columna flanquea, a modo de pilar, situada en el extremo derecho del escaparate, aportando una esencia renacentista digna de admirar. Al entrar, anarquía: padre o hijo, de mismo nombre, fuman tabaco, mientras amontonan pilas de libros, por falta de espacio, en la superficie. La clientela vip, como servidor, cuenta con honores privilegiados: poder compartir conversación y Marlboro con los patronos del escondrijo. Algún espontáneo, en esas, entra, observa sorprendido la humareda y agasaja tímidamente, en búsqueda de obras sobre la Historia de Al-Ándalus o recopilación de mapas en la Sevilla del dieciséis. El datáfono rara vez funciona correctamente. Llevad efectivo si alguna vez compráis allí.

Seguidamente, tras chupar el cigarrillo, relató una curiosa anécdota sobre Rafael El Gallo y Juan Belmonte en los cafés de Calle Sierpes, así como el tirón comercial del Divino Calvo, excepcional vendedor de papel, casi sesenta años después de su muerte, con sus anécdotas artísticas. Dejé caer falta de marcapáginas y sacó un talón envejecido desde el escritorio-despacho.

Librería Los Terceros

– ¿Nunca has estado en la plaza del pueblo?

– ¿De qué pueblo eres?

– Castillo de las Guardas. Tenemos un coso especial, empedrado. Hasta los burladeros, aunque hubimos de cambiarlos. Cada vez que el toro remataba... [ríe] Ah, también la finca de Juan Pedro Domecq.

– Nunca he estado.

Arrancó papelillo de la chequera. Estiró su brazo y me hizo llegar una entrada taurina. Antes de poder esclarecer contenido, Ignacio arrancó a hablar de nuevo, imagino en pos de explicar la historieta del ticket.

Es una entrada de un festival celebrado en mi pueblo. Viajaron media docena de autobuses, repletos de guiris, provenientes de Inglaterra y Estados Unidos. Hace quince años, en homenaje a Barnaby Conrad, quien toreó junto a Belmonte. Han pasado ilustres por allí. Hasta vi a Curro en una ocasión. El muy mamón no quiso hacer nada aquella tarde [ríe].

Anverso de la entrada
Barnaby Conrad (1922-2013) colaboró, y perdonen la osadía, tanto o igual que Hemingway de cara a la evangelización taurina en órbita anglosajona. Inspirado por la figura de Manolete, escribió "Matador", novela best-seller, basada en la biografía del Califa, junto a varios tratados (en inglés) sobre cómo torear, puesto que el californiano ostentaba la vitola de aficionado práctico con importancia. Gracias a la diplomacia, residió en Sevilla y pudo sentir el mundo taurino en su máximo esplendor, granjeando amistad con el Marqués de Pickman o Manolo Caracol, personajes pertenecientes a la alta sociedad hispalense.

Bautizado artísticamente como "El Niño de California", este yanqui fundó un night club en San Francisco, llamado "El Matador", donde la crème hollywoodiense paseaba esmóquines y vestidos caros. Asimismo, trabajó pintando, tocando el piano (en Perú), incluso boxeando. Semejante personaje polivalente encajó con el Pasmo, siempre interesado en la cultura y sus gentes, decidiendo torear, en el municipio castillero, en el año final de la II Guerra Mundial, con la intervención decisiva de Estados Unidos en el conflicto. Juan y Barnaby poco escatimaban en patria y guerras, sólo querían vivir y torear.

Reverso

Cincuenta y siete años después, cifra azarosa, emanó esta conmemoración al cosmopolitismo geográfico, político y social de la fiesta de los toros. Frank Evans, matador de toros, nacido en Manchester, actuó como mandamás ante teloneros prácticos de Arizona, California, Francia o Londres. 

Con erales de Concha y Sierra, cortaron abundantes orejas y rabos, en un ambiente, como su propio nombre indica, festivalero. En pleno abril, celebrose a mediodía, con intención de recibir afluencia por parte de aficionados provenientes de toda la geografía provincial, teniendo en cuenta la comparecencia de Ortega Cano, Rivera Ordóñez y Eugenio de Mora, aquella misma tarde, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.

Porque, parafraseando aquella frase gaditana, "los taurinos nacemos donde nos da la gana".

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